Haber estado en la cárcel me ayuda con mis clientes para buscar siempre alternativas.

La entrada de hoy hace referencia al principal abogado de nuestro despacho, Juan Blas López. Nos hacemos eco del artículo publicado en Huelva24.com

Su nombre como letrado de la defensa aparece prácticamente en todas las macrocausas por narcotráfico iniciadas en Huelva desde 2020, aunque sus comienzos en la abogacía no se remontan mucho más allá. Juan Blas López Rodríguez tardó en encauzar su rumbo, pero tras encadenar toda una serie de malas decisiones -y acciones- que lo tuvieron entrando y saliendo de centros de menores y de la cárcel durante varios años, la epifanía le llegó pasados los 22.

Fue algo después cuando se preparó el Acceso a la Universidad para mayores de 25 y comenzó los estudios con una meta clara en su horizonte: convertirse en abogado. Penalista, para más señas.

Desde el principio, desde el día uno en que yo entré en la universidad, tenía en mi cabeza que yo quería ser abogado especializado en derecho penal, y lo he conseguido. De sorpresa por el camino me encontré también con el derecho de familia, porque la abogada con la que hice las prácticas en el máster hacía mucha familia y pude aprender por ella, pero mi interés desde el principio era ejercer como penalista», relata a huelva24.com Juan Blas López Rodríguez.

¿Y por que abogado penalista? «Por mi padre -es hijo del letrado onubense Juan López Rueda- y por mi propia experiencia, porque he estado en la cárcel muchas veces. Lo digo a boca llena, sin ningún tipo de conflicto y sin ningún problema, porque es una experiencia del pasado que me ha traído hasta donde estoy hoy. Mi padre me ayudó, me salvó, y yo quería poder ayudar a la gente que en un momento dado se viese en la misma situación que yo».

Con ese objetivo comenzó la carrera en 2012, pero la tuvo que interrumpir momentáneamente para cumplir la última pena que le quedaba: más de siete años de prisión – «siete años, 4 meses y 15 días, no se me olvidará en la vida»- que finalmente acabaron siendo dos, en los que continuó estudiando en la cárcel para, al salir, culminar el Grado en Derecho como el mejor expediente de su promoción.

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Cuatro años y medio han pasado desde entonces. Cuatro años y medio y «alrededor de 2.000 procedimientos, muchos de ellos, la mayoría, todavía vivos». De los ya resueltos, son pocos -se cuentan con una mano- los que no han acabado con la absolución de los acusados -sus defendidos-, o con penas menores que no suponen su ingreso en prisión, «lo que en buena parte de los casos es más importante, incluso, que demostrar la inocencia».

Y vuelve a saberlo por experiencia propia. Él fue un delincuente habitual, de ésos de delitos menores -lesiones, atentados a la autoridad- que, «sumados, suponen un desastre porque acumulan muchas penas». En ese sentido, «y tal vez también porque yo no siempre hubiese llevado mi defensa como lo hizo mi padre, que buscaba siempre la absolución», este abogado defiende que «hay veces que hay soluciones intermedias que son mejores. No puedes dirigir siempre el procedimiento a la absolución, a conseguir el veredicto de no culpabilidad, porque hay veces que se puede asumir que se es culpable y el Código Penal te da herramientas para minimizar esa respuesta que da el Estado ante tu conducta. Por ejemplo, en la mayoría de los delitos cometidos por personas de clase media-baja hay detrás algún tipo de consumo de sustancias, que puede derivar en atenuante, o el pago de indemnización, la confesión y colaboración con la justicia,… Todo eso te ayuda a minimizar la respuesta, y al final es mejor conseguir una condena que suponga no entrar en prisión, que intentar conseguir la absolución y que se te hunda la vida porque acabas en la cárcel», asegura.

Hay veces que es mejor conseguir una condena que suponga no entrar en prisión, que intentar conseguir la absolución.

Por eso este abogado onubense -que en su corta trayectoria ha conseguido ya montarse un despacho propio en el que cuenta con cuatro colaboradores asiduos y alguno más esporádico – se jacta de «no tener, por el momento, ninguna espinita clavada. No hay ningún caso en el que considere que podría haberlo hecho mejor, porque cuando le piden a alguien 14 años, si consigues que le caigan cuatro también es un éxito».

Cuando (casi) todo es defendible

López Rodríguez es penalista pero, casi siempre, letrado de la defensa. «Considero que todo el mundo tiene derecho a la defensa» porque «cualquier persona, por el simple hecho de existir, de vivir, puede acabar en la cárcel. Puede hacerlo siendo inocente -aunque sean los casos mínimos, alguno hay -, pero también por distintas circunstancias de la vida, pero la reinserción existe y es lo que tenemos que buscar», afirma tajante.

«Si la persona quiere, el sistema te ofrece herramientas, aunque a veces es cierto que son escasas; pero si tú quieres te reinsertas», insiste, aunque señalando igual de tajante una excepción. «Yo no defiendo a gente que esté convencido de que son violadores».

Lo dice el hijo del abogado que defendió a Santiago del Valle, el asesino de la pequeña Mari Luz Cortés, en un caso que sacudió no sólo a Huelva, sino a todo el país. «Yo no lo hubiera defendido. Mi padre empatizaba más que yo, pero yo si estoy convencido de que es un psicópata y de que le ha hecho eso a la niña no lo defiendo. A mi padre le tocó de oficio y él es muy estricto para eso, pero yo no lo hubiera hecho, porque creo que es el único delito que no tiene reinserción social. Yo es para la única vía para la que creo que la prisión permanente revisable debe existir», sentencia.

Por lo demás, «creo que todo es defendible, que hay circunstancias que a veces te impulsan a delinquir, incluso a matar, y eso no te convierte en un psicópata».

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De hecho, en el que hasta el momento considera su caso más especial, tuvo que defender que «un amigo al que quería mucho, que era como mi hermano chico», que se vio obligado a matar ante el miedo insuperable que sintió al ver en riesgo su propia vida, en un caso relacionado con el narcotráfico. «Y lo ganamos».

Las claves de una buena defensa

Es su final habitual, aún no se ha tenido que enfrentar a ningún varapalo que lo haya desmoralizado. «Haber estado en la cárcel y conocer el procedimiento desde dentro me ayuda para buscar soluciones, alternativas satisfactorias», valora, explicando además que tras sus casos «hay mucho trabajo, porque soy un apasionado del derecho penal y además empatizo con la persona que está del otro lado».

Es algo que, afirma, aprendió de su padre , que «me enseñó cómo vivir el derecho penal y empatizar con el cliente. Me he fijado en él en todo desde el primer momento: en cómo hay que estudiar, que preparar, y que afrontar un juicio. Fue él el que me dijo que en los juicios no se lee, que las alegaciones finales no pueden leerse nunca. Y ahí estaba yo en mi primer juicio -su primer caso fue por un robo con violencia- temblando pero sin leer ni un solo papel. Desde el primer día. Hoy ya estoy como en mi casa».

El no decir que no «prácticamente a nada» también es una de las bases de su filosofía. «Yo doy facilidades de pago, creo que hay que darle la oportunidad a la gente de tener una buena defensa, y doy mucha flexibilidad, aunque obviamente trabajo por dinero», explica. «Pero es que además me lo tomo como un aprendizaje. Me gusta pensar que llevo casi cinco años de prácticas, juicio tras juicio, y que ya tengo la suerte de tener mi despacho propio y que me vaya bien».

«Prácticas» que continuará realizando en los próximos meses, con más de 1.000 procedimientos aún pendientes de juicio y de los que forma parte, en la mayoría de los casos, de la defensa. «No me gusta ser acusación, no me gusta meter a la gente en la cárcel».

¿La vida? Un viaje impredecible lleno de aprendizajes. Nunca dejes de perseguir tus sueños.

Fuente: Huelva24.com

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